FEBRERO 2022
Cuando se abren los portales al sur, nunca se cierran, se multiplican como el capitulum del musgo magallánico, la roseta de hojas que capturan la energía del Sphagnum. El Sphagnum como una clave visual para existir en el mundo, ser absorbente, ser poroso, ser unisexual y sensual, ser que manipula el ambiente para cuidarlo, humedecerlo. Ser de capas vivas y muertas, pero que aun en su fase muerta absorbe y captura el carbono que nos tiene recalentados. Para llegar a las turberas de Karukinka hay que realizar varios palabreos y pasar un número de portales. En mi caso, este paso desde el desierto costero del territorio Tongva en el sur de lo que llamamos California, a las turberas y bosques del territorio Selknam. Porque ir a campo, hacer trabajo de campo no solo es lo que pasa en campo, si no también lo que haces para llegar allí, son los conjuros y las ganas necesarios para emprender el viaje, las redes de afectos que se mueven para invitarte y hospedarte, y las estructuras familiares que se quedan navegando el barco hogar donde cuidas de diversas formas de vida animal y vegetal, algunas totalmente dependientes de esos cuidados. Y lo que queda después de estar en campo, en forma de olor, sabor, sensación, recolección, curvas de pensamientos.
Siempre hay un palabreo familiar que superar, en este caso para un primero de enero arrancarse de compañero, retoños, abuelo, gatos y huerto; para acceder al portal cancerbero al sobremundo de las máquinas a propulsión jet, donde entras vivo pero sales medio muerto después de tanta hurgada de nariz, formas burocráticas, seguros médicos por pagar, sellos, papeleos, y requisas.
La ciudad de Santiago de Chile, un trans-portal-plural de pintadas, mensajes de rebeldía y ternura, denuncias, invitaciones, sucintos símbolos de una esperanza que entra por los ojos y un sin fin de colores y retos, palabraramas, e imágenes que te abren los poros. Santiago de Chile, y mi primer verano austral, el portal que me devuelve a la vida y me empapa de una frescura nunca sentida así, una cacofonía melódica de poemas algunos no vistos jamás, una energía que no había palpado en ningún otro lugar del mundo, un abrebocas de lo que es Chile, Mapu, Araucanía, los Andes, Karukinka, y me atrevería a decir América Latina hoy.
La llegada al estrecho y su cruce. El recalibrarse con unas personas que apenas conoces físicamente, pero con las que conectas rapidito porque si! Si hay unas historias memorias, prácticas, redes y sphagnum-ansiedades comunes que nos han traído a juntarnos en el Sur. Pasar por un portal llamado estrecho, a pasar un paso de aguas juntas, para trenzarnos en tierra del fuego desde nuestros saberes y habilidades, nuestros deseos e incógnitas y obvio nuestras necedades.
Pero el portal llamado estrecho me pareció todo lo contrario, es un paso que te amplifica al liberarte de todo aquello que el mundo moderno usa para des-concentrarnos, comenzando por la conexión telefónica internauta. En algún punto imaginé que al ir adentrándome en tierras magallánicas y cruzar el estrecho iba a sentirme eufórica, en awe, como dicen en inglés, o abrumada por la latitud, pero no. Fue un proceso de apaciguamiento, de relajación, de una sensación de retorno a lo comunal, a lo colectivo, a una ancestralidad que no me esperaba, pero que me hizo todo el sentido durante mi estancia en Karukinka. Un reverberar constante, con pocos altibajos, una sensación de acogida, de reconocimiento, de ciclo.
Hacer trabajo de campo en mi caso es siempre refugiarse en lo colectivo, es un proceso espiritual que apuntala una conexión con un lugar y con unas gentes. Me preguntaba que podía ser yo como invitada especial en esta juntanza de gente tan especial, y en un lugar tan especial como tierra del fuego? Resulta que no solo fuimos interlocutora, consejera, voz leyente y cuerpa de rebotar ideas, pero fui admiradora, cocinera, sphagnum adoradora, y receptora de consejos, pero ante todo testigo. Puedo atestiguar cómo se construyen procesos de tolerancia y democracia a partir de ensayos entre la ciencia de la conservación, el arte socialmente comprometido y el pensamiento crítico, la reafirmación del saber y ser Selk’nam a pesar de las retóricas de extinción, y los ecosistemas que abrazan estas prácticas intergeneracionales, y sobre todo, las sostienen. Que importante es para mí ser testigo y cómplice de este ensayo tan especial, y ser privilegiada con la oportunidad de rumiar cómo aportar y componer una memoria histórica ambiental de este lugar y este momento, en relación a otros procesos democráticos tan singulares, especiales e intencionados que se vienen desarrollando en otros ecosistemas de Abya Ayala. Cuales son los puentes que podemos trenzar, los portales que podemos conectar, los palabreos por proponer, las juntanzas a organizar?
El fuego interrumpe estos rumiamientos y genera un pico inesperado en el continuo reverberar. Imagino las lengas, robles nobles fueguinos, ardiendo y sufriendo. Imagino la turba soltando el carbono albergado por décadas, como una puñalada en el costado que emana sangre caliente. Imagino a Fernanda, a Camila, a Hemany y a Bárbara y a todas las guanacas y chulengas ardiendo de dolor y sangrando a la par. La rogativa Selk´nam por la lluvia trae un respiro, la canalizamos a través de una clase con personas desde Utah y comprimimos juntos nuestros diafragmas al ritmo del Hol’ Hol’ Hol’ para acompañar la rogativa. El fuego, la turba, las lengas, el bosque, los canales marinos, los chulengos, el sphagnum, la lluvia y los Selk´nam como yo, son entidades con la agencia para cambiar el curso de los eventos. Quiero compartir mis sueños con estas entidades, quiero hacer una espiral de sueños compartidos desde la punta de la costa Noroeste de Abya Ayala, hasta la tierra del fuego. El Sphagnum es el código visual que nos regala la turbera para imaginar esta espiral trenzada de sueños compartidos.
Maravilloso testimonio abridor como el sueño.. gracias Carolina!