Por Rosario Ureta
Participé el pasado mes de diciembre en la residencia CAMPO AIR en el Pueblo Garzón, Uruguay. Se trata de un pueblo rural donde actualmente viven 170 personas y está lleno de “taperas” o casitas abandonadas. En algún momento el pueblo tuvo un molino y una estación de tren por lo que se construyeron muchas casas, pero cuando dejaron de funcionar el molino y la estación, la gente se fue llendo y el pueblo fue quedando en el olvido, algo que lo hace muy característico. En este lugar se instaló la fundación CAMPO a hacer residencias y un festival de arte anual, del que participamos lxs artistas, diseñadorxs y chefs invitadxs, para mostrar en las taperas nuestra investigación luego del mes de residencia.
Este año la curaduría del festival se basó en los “Efectos Ferales”, concepto que usa la antropóloga Ana Tsing para describir los efectos no pensados de la acción humana en la naturaleza. En mi caso, llevo un tiempo investigando el rol del diseño en la divulgación científica y su potencial como herramienta en la conservación de la biodiversidad. Conocí hace un tiempo a las turberas, que son humedales que, a pesar de cubrir un espacio terrestre muy pequeño, son indispensables para la mitigación del cambio climático en el planeta, por la regulación hídrica que hacen al ser humedales y porque absorben y almacenan más carbono que todos los bosques del mundo.
La evidente urgencia de conocerlas y conservarlas me llevan a preguntarme cómo el diseño puede ser una herramienta en la visibilización de estos ecosistemas tan importantes. Esta fue la pregunta-paragua para el trabajo que realicé durante la residencia. En la instalación que hice para el festival quise representar a las turberas como contenedoras o recipientes de agua. El contenedor como agente y forma me permitió hacer un cruce entre el rol de las turberas en la naturaleza y las agencias de los materiales que usé: cera de abejas y arcilla. En el taller que me armé en la casa donde nos quedamos, pude probar el uso de la cera para impermeabilizar los contenedores de arcilla, volviéndolos capaces de sostener líquido. Pude ver cómo estos objetos -dependiendo del uso y proporción de los materiales- interactuaban con el agua. Esta observación de los materiales y sus agencias como contenedores intuitivamente remitieron a la pregunta inicial: cómo visibilizar estos ecosistemas mediante el diseño, mediante materialidades y sensibilidades que nos permitan entender su importancia. En la tapera instalé diferentes contenedores, algunos de cera, algunos de arcilla y cera, todos con agua en su interior que se iba vaciando lentamente por las filtraciones y goteos que los materiales permitieron. El sonido del goteo, el piso mojado, el aire húmedo y el suave olor a miel (por la cera de abejas) generaron un ambiente de templanza y contención, un encuentro sensible con las turberas, una forma diferente de familiarizarse con ellas y comprender que son nuestras profesoras, que nos enseñan y entregan el don de contener al mismo tiempo que nos muestran su fragilidad.